Apuntes para la Participasión

Comunidad, Participación y Ciudadanía


Compost Social

Buscarnos, encontrarnos, conocernos, reconocernos, conectar, escucharnos, dialogar, aprender unas de otras, compartir saberes, habilidades, capacidades, descubrir potencias, tejer confianza, crear vínculos, sinergias, acompañarnos, apoyarnos, celebrar…

O2

El suelo que pisamos es frágil y quebradizo, se ha ido adelgazando hasta casi dejar de sostenernos.
Huracanes y trombas han arrastrado el manto fértil hacia ninguna parte.
La sequía, despiadada ha dejado los campos baldíos. La aridez atraviesa las gargantas.
Desconfiamos.
Quien nos mira nos acecha. Quien nos interpela nos critica. Quien nos habla nos interrumpe. Quien nos roza nos agrede.
Todo el tiempo es territorio enemigo. Todo es territorio enemigo. Nuestros cuerpos también.
Ni tan siquiera somos capaces de sonreír ante el espejo.
Incluso nuestra imagen, reflejada, no nos parece demasiado humana.
Antes de nutrir las tierras, sembradas de cadáveres, es preciso retirar
todo aquello que se pudre. Quemar los rastrojos.
Dejar en barbecho los nombres abusados
participación, proceso, transformación,
libertad, paz, solidaridad, empoderamiento
y resiliencia, entre otros.
Grabar en las estelas de la memoria los nombres
de los maestros y las maestras. Llevarles flores frescas cada día.
Antes de preparar la siembra, el compostaje
sustrato imprescindible para hacer crecer el suelo
y que la materia sea exclusivamente bioagradable.
Capas, muchas capas diversas,
tiempo, calor, oxígeno,
remover de tanto en tanto, cuidar la materia orgánica,
tiempo, calor, oxígeno.
Lo que fermenta se hace, quizá, un humus humano,
oscuro y fértil.
Solo entonces, solo entonces,
las semillas, el riego, la esperanza.

Lita Gómez

Espacios

En la noche, de forma oculta, se trenzan los caminos que recorren la ciudad bajo el subsuelo. Las conexiones se extienden, como redes invisibles o dendritas, entre personas y espacios. Lugares atípicos que actúan de imanes, atrayendo a personas que circulan entre ellos y crean senderos y atajos que solo ellas conocen.
En este lugar preciso, ahora, unas treinta personas escuchan poemas y música, fuman y conversan en la puerta. Hablan de poesía, de carnaval, de precariedad, de utopías… y de cómo ahuyentar el miedo, la incertidumbre que nos recorre a todas. Vienen de tribus diversas, de territorios dispares (culturas, generaciones, géneros, ocupaciones, intereses…). Se cruzan a menudo en distintas encrucijadas de la trama urbana, de las redes sociales y en espacios físicos como éste.

Estos espacios “no oficiales” -en mi ciudad existen varios- son fundamentales. Antes, su importante función social la cubrían las peñas recreativas, y más tarde las asociaciones vecinales. Ya no.
Las tecnologías, la burocracia, la pandemia y qué sé yo qué, acabaron con los espacios de encuentro comunitario. Espacios de confianza, espacios acogedores, espacios comunes… espacios en extinción.
Pero son imprescindibles.
Para que broten las semillas de las ideas necesarias, de las respuestas a los problemas que compartimos, de los vínculos y las sinergias imprescindibles para poder abordarlos, es preciso que el «sustrato social» sea un terreno rico en nutrientes y microorganismos sociales que favorezcan la germinación de la comunidad, de sus semillas de futuro, la expansión de sus rizomas, el desarrollo de su potencial.
Si el territorio próximo -los barrios y las ciudades donde vivimos- carece de esos elementos esenciales para que sea posible la vida comunitaria, se hará necesario reforzarlo, aportar aquellos nutrientes sociales y culturales de los que carezca, reciclar -de aquello que ya exista- lo que sirva a la regeneración de la base social, combinar todos los elementos aprovechables, favorecer sus interacciones, los intercambios y las mezclas, cuidar los tiempos, las temperaturas, los procesos de maduración…

Fernando de la Riva

Darnos tiempo para hacernos mundo

Lo que tenemos delante de los ojos es más real que lo que vemos. Lo que falta es más poderoso. Pero la ausencia es difícil de soportar, así que inventamos cosas, aceleramos procesos para terminar viendo algo. Levantamos esquemas y estructuras, ramas, proyectos, grupos y nos ponemos a trepar por ellos. Aunque sepamos que esas invenciones no se sostienen. El mundo está lleno de sucedáneos así. No soportamos la ausencia.
Cuando uno se aleja de los sucedáneos y los sustitutos, ya no hay futuro, solo hay presente. Tiempo en quietud. Tiempo de compost, lugar de ligadura. En las actuales condiciones, con el actual sustrato de convivencialidad deteriorado, no hay posibilidad de que nada crezca, se sostenga. Por eso antes que proyectos necesitamos la regeneración del sustrato. Ese es el sentido ahora.
El tiempo es el factor esencial del compost. El tiempo, en lo oscuro, es el que hace su tarea más allá de nuestros esfuerzos.

El compost se hace con todo lo que nos sobra de la gestión de la vida cotidiana. Lo que sobra en el alma de la persona, en una casa o en una organización social. Lo que pasó desapercibido porque no tuvimos tiempo para mirarlo, lo que no fue usado, porque su resultado no era inmediato. Son los saberes no utilizados, los afectos que pasan desapercibidos, los cuidados invisibles, la manera en que se construyen los vínculos, las otras narrativas, los momentos muertos, las ideas residuales, las combinaciones de los grupos en el espacio, las mondaduras de palabras y de silencios de las que nunca hablan.
Cuando estamos atentos al compostaje somos espigadores de residuos, de lo que dejamos atrás, de lo que arrojamos en el cubo de la basura porque no nos sirve para sostener nuestro actual modelo de organización, nuestro actual modelo de vida.
El compost es masa y blandura y rehúye de la estructura y lo rígido. No tiene dirección. Ni velocidad. Ningún componente por aislado tiene significado en sí mismo. Sus cualidades son las que tienen que ver con todo lo que el hombre hace, deshecha y puede remover con la mano. El compost es mezcla, luego ligadura y en algún momento nueva sustancia que hace posible no solo esta vida, sino otras venideras. En cierto modo es ausencia; en sí mismo es nada, solo cualidad que contagia para que lo demás cobre presencia.
Durante el compostaje, en lo oscuro, nos damos tiempo y esto facilita que nos hagamos mundo, buscando las conexiones que nos convienen. Es así como se genera un contagio para que circule la vida, para que se obtenga una calidad convivencial, un sustrato regenerado en el que se puedan con-mover los afectos, los sueños compartidos o el deseo, que son la base común para que la naturaleza germine y brote.

José Ignacio Artillo

Multiverso, fracaso y compostaje

Esta semana he visto una película que volvía a ponernos ante una realidad tocada una y otra vez por el arte. Nuestra vida es una suma de las decisiones que tomamos. En esta ocasión la protagonista podía navegar por el multiverso de todas las versiones posibles de su vida y recuperar las competencias desarrolladas en esas otras realidades. En un momento de la película se valora que esta persona está especialmente preparada para conectar con todas estas posibilidades precisamente por lo poco que ha cultivado su versión actual. Algo así como “todo está por hacer” y por eso mismo todas las posibilidades están abiertas. No he hecho nada, podría hacerlo todo.
Un mismo punto de partida nos coloca en diferentes escenarios potenciales, posibles personalidades, desarrollo de capacidades… Decidimos girar a derecha o a izquierda, y emergen situaciones que podemos aprovechar, potenciar, reforzar, y nosotros cambiamos en este viaje de confirmación y refuerzo. Y… también evolucionamos a fuerza de golpes y retrocesos, claro está.
Y me preguntaba ¿en qué sentido trabajan los fracasos? Y también, ¿qué es un fracaso? Sobre esto venían algunas respuestas que ya tenía antes de la pregunta. Pensaba que todo gira en torno a la distancia entre expectativas y realidades. Hay un atajo sencillo que consiste en rebajar los objetivos. Ayuda a relajarnos y vivir más tranquilos con el riesgo de quedarnos cerca de casa y lo conocido.

Este era un hilo del que tirar, pero igual me apartaba de lo que quería explorar y esta vez, también, escribo para investigar. ¿Qué hacemos cuando acumulamos frustraciones?. La respuesta más inmediata sería que nos afectan reduciéndonos, haciéndonos más pequeños, como robándonos la versión brillante que pudo ser.
Y creo que es así, pero quizás de una manera no automática y directa. Recuerdo situaciones en las que me he rendido o equivocado con sensación de haber aprendido y crecido. Y entonces pareciera que es el relato, lo que me cuento, lo que pudiera darme alas o apresarme con grilletes. Cuando un cuerpo muere y llega a la tierra, no hay relato en primera persona. Ya no hay espacio para la estrategia y los discursos. En lugar de relato, hay asimilación. La tierra nos acoge como nutriente para la nueva vida en un ciclo eterno. Igual aquí hay otra oportunidad. No se trataría de esforzarnos en cambiar el relato. Quizás se trata de suspender esa enfermiza tendencia a contarnos lo que ocurre. Dejarnos caer en el resto del material biológico que va corrompiéndose para ser base de la nueva forma de vida.
Quizás no haya nada que entender. Solo confiar. Sentir que hay algo que va más allá de las palabras, Seguir avanzando sintiendo que de todo lo vivido nos acompañara lo que sea necesario. No serán ideas, serán intuiciones, seguramente algo más corporal, como girar el pie de apoyo al lanzar un golpe en boxeo después de 20 años sin hacerlo. Rindámonos. Vamos a tumbarnos entre las hojas, pararemos respirando hondo para sentir cual es el siguiente paso, lo que coge forma a nuestro alrededor y al servicio también de lo que cristaliza.

Asier Gallastegi

(Estos textos han sido publicados originalmente como suplemento de la REVISTA CULTURAL CADIZ de abril 2023 revistaculturalcadiz@gmail.com)



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