Apuntes para la Participasión

En medio de la niebla y la incertidumbre, en cada barrio, pueblo o ciudad, hay pequeños grupos de personas que luchan por los derechos humanos, la igualdad y la justicia social, contra el cambio climático, por la inclusión de todas las diversas, la defensa de lo público… Son quienes resisten, quienes se niegan a resignarse a un presente y un futuro sin horizontes y alientan la resistencia colectiva, el sueño de otro mundo posible.

En la ciudad donde vivo (como en la tuya, quizás), casi todos los días se realizan acciones informativas, de sensibilización o reivindicación, charlas, coloquios, exposiciones, ruedas de prensa… organizadas por distintos colectivos sobre las temáticas sociales más diversas.
Muchas veces, coinciden varias actividades, dirigidas a los mismos «públicos» potenciales, en los mismos horarios. No existe ningún mecanismo de «agenda común«.

Casi todos los fines de semana, y a veces entre semana, unos u otros colectivos o movimientos convocan asambleas abiertas, concentraciones o manifestaciones, sobre cuestiones candentes o reivindicaciones de actualidad, en torno a un cierto colectivo social desfavorecido, etc. En ocasiones especiales -el 1º de Mayo, o el 8M, por ejemplo- suelen coincidir dos, y hasta tres, convocatorias simultáneas de manifestaciones o concentraciones.

Muchas de las actividades públicas que se realizan para la reivindicación, la denuncia o la protesta social, se desarrollan de acuerdo a un cierto procedimiento, que no ha sufrido variaciones significativas a lo largo de los años: las convocatorias y los apoyos con sus logos, los lugares y recorridos «emblemáticos«, la disposición y orden de las marchas, la ubicación de las pancartas, la lectura de comunicados extensos, la invitación a representantes de otros colectivos para que expresen su opinión o convoquen una próxima concentración, una canción o música relacionada para concluir el acto…

En gran parte de las concentraciones la participación suele oscilar entre 50 y 100 personas, repitiéndose las caras de quienes acuden habitualmente. En charlas y coloquios la participación suele ser -salvo excepciones- más reducida, y en las manifestaciones más «exitosas» la participación puede oscilar entre las 300 y las 500 personas, superándose esas cifras cuando las convocatorias son provinciales o en ciertas ocasiones excepcionales.

En los últimos tiempos, el activismo social se ha «contagiado» de la «fiebre de la comunicación«, importada de los partidos políticos y las empresas privadas, que consiste en entender y practicar la acción social y sociopolítica como una permanente «campaña de comunicación«.
De acuerdo con esa premisa, lo más importante no es tanto lo que se «hace» sino como se «cuenta» («el relato«) y como se percibe. Así, se estima el «éxito» de una convocatoria por el número de fotos en las que se sale, las menciones en prensa y medios digitales, los «me gusta» que se reciben en Facebook, Instagram, Tiktok…

En la ciudad donde vivo no serán más de 500 personas -(todas las cifras son estimaciones personales, a ojo de buen cubero)- las que mantienen habitualmente algún tipo de activismo social efectivo (más allá de los partidos políticos, de los que forman parte algunas de esas personas, que tienen sus propias peculiaridades). Esas personas están repartidas en un centenar largo de colectivos, asociaciones, plataformas, coordinadoras, mareas… que se ocupan de las temáticas sociales más diversas, como las que encabezan esta nota. Muy a menudo, esas personas participan en varios colectivos o movimientos sociales al mismo tiempo («multimilitancia«).

De ellas, una minoría (¿entre 100-150 personas?) son las que asumen tareas organizativas con mayor grado de implicación, mientras que el resto participa, prestando apoyos puntuales para el desarrollo de las actividades, dependiendo de su disponibilidad y del carácter de las acciones. Las personas, que organizan las movilizaciones, las reivindicaciones y los movimientos además tienen que ganarse la vida -muchas veces en precario, si no son jubiladas- y tienen una familia, amigas y amigos, una vida propia… que atender.

El esfuerzo organizativo para mantener vivo el activismo social, la denuncia, la reivindicación, la protesta y la propuesta… es muy laborioso y requiere dedicar atención a la organización de las acciones, la comunicación y difusión de las convocatorias, a los aspectos jurídico-legales y permisos, a cuestiones logísticas, etc., etc. Todo ello, se concentra en pocas personas (que se declaran unánimemente agotadas: «no nos da la vida»).

Esas personas, en su mayoría, se conocen entre sí, por aquello de la multimilitancia o la vinculación con distintos colectivos y movimientos, y por la participación en concentraciones o movilizaciones de los otros, lo que no significa que exista un real conocimiento de lo que piensan, dicen y hacen esos otros colectivos. La realización de encuentros «transversales» del conjunto de los colectivos y movimientos sociales, es algo de lo que hace lustros no se tiene memoria.

En la mayoría de los casos, salvo excepciones, los colectivos y movimientos de la resistencia -en la ciudad donde vivo- son «islas» que viven centradas en sus objetivos y propósitos propios, sin que existan -salvo excepciones- espacios físicos o virtuales donde sea posible un verdadero conocimiento mutuo y un intercambio real de experiencias y saberes, sin que se siembren y cultiven los valores y las prácticas de la ayuda mutua, de la cultura de archipiélago.