No te engañes. En la inmensa mayoría de las luchas, los colectivos y movimientos que sostienen la defensa de los derechos y la naturaleza, la resistencia contra la desigualdad y la injusticia, y otras muchas causas, son tres o cuatro personas las que se implican a tope.
En ocasiones esas personas están comprometidas al mismo tiempo en varias luchas, son «multiactivistas«, y son esenciales porque hacen de «conectores» entre las distintas causas. Pero, ya digo, son pocas personas, a menudo cansadas de «estar en todo«.
Esta situación no difiere mucho de las que vivimos (en primera persona) en el pasado, porque, -amigos y amigas- la participación ciudadana no fue nunca socialmente mayoritaria, nuestros niveles de asociacionismo y articulación social siempre estuvieron bajo mínimos, y hoy de nuevo se repite aquel clásico de: «en cuestión de participación social, nunca estuvimos tan mal».
Pareciera que la reacción natural -incluso «animal«- ante una situación semejante (véase «Lo primero: reencontranos») fuera agruparnos para defendernos mutuamente, hacernos más fuertes y sobrevivir. Eso lo saben hasta los ñus. Y, sin embargo, después de tanto tiempo, seguimos divididos, disputando, compitiendo… concentrados en nuestras causas y luchas particulares, defendiéndolas con uñas y dientes.
La gran paradoja, lo que hace aún más absurda la atomización del tejido social y la compartimentación «temática» de los colectivos y asociaciones, de los movimientos y procesos, es la conciencia cada vez mayor de que nuestras causas particulares no son distintas, son la misma.
Si nos sentamos a escucharnos -alrededor de un buen fuego, por ejemplo- veremos con facilidad que nuestras luchas están relacionadas entre sí y afectan a las mismas personas. Desde el cambio climático, la explotación de los más débiles, la desigualdad de la mujer, la violencia y la guerra… son síntomas de un mismo modelo de vida y desarrollo, depredador del planeta, incompatible con la vida, basado en la competencia y la acumulación de beneficios… Al final, todas luchamos contra el mismo enemigo.
Por eso tal vez, porque somos pocas las personas implicadas, repartidas en una cantidad de causas que están interrelacionadas, podría ser buena idea mezclar las luchas, enredarlas: que las ecologistas hagan suya la defensa de lo público, que las feministas incorporen la acogida e inclusión migratoria, que las trabajadoras abanderen la recuperación del planeta… que juntas planteen y defiendan un nuevo modelo de vida para todas.
Enredar, mezclar, conectar, mestizar, relacionar, implicar, aliar, compartir, colaborar… Esta estrategia tiene claras ventajas frente a la fragmentación y la competencia mutua por captar la atención de la misma gente. Haría más eficaces y eficientes los esfuerzos colectivos (tal vez disminuiría el número de «actos«, pero aumentaría la participación en ellos). Las causas y las luchas serían más visibles, llegarían a más gente (porque se multiplicarían las voces en espacios diversos). Se aprovecharían mejor los recursos y oportunidades existentes (yo utilizo tus megáfonos, tu aprovechas mis redes sociales, mi local, tus contactos…). Con el mismo esfuerzo que ahora le dedicamos se lograría mayor impacto, mayor sensibilización y movilización social, mayor respuesta social e incidencia política. Todas las causas y luchas saldrían beneficiadas.
Además, esa estrategia ayudaría a la toma de conciencia, serviría para que las personas y los colectivos pudiéramos entender mejor la interdependencia entre las necesidades y problemas sociales que nos agobian, y entre las respuestas y soluciones que necesitamos, a que visualizáramos con claridad la importancia fundamental de la colaboración y la ayuda mutua como el único camino posible.
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