Apuntes para la Participasión

«Si no sabes a donde vas, cualquier camino te llevará allí«, le dice el Gato a Alicia (y en el Cuaderno de Bitácora, entre sus páginas rayadas, se esconde otro gato que dice: «¡Hola!«). Estoy de acuerdo: el camino empieza por saber a donde vas.

«La utopía tiene que ser posible»

Necesitamos metas a alcanzar -en lo personal y en lo colectivo- para sacudirnos la ansiedad, la impotencia, recuperar la confianza y ponernos en marcha. Las viejas utopías -aquellas que nos trajeron hasta aquí- parecen hoy tan gastadas como las palabras que las nombran (libertad, igualdad, participación, solidaridad, democracia…).

«La utopía: convertir la comunidad en colectivo»

«UTOPÍA» suena a «palabras mayores«, grandes objetivos, solemnes, universales, lejanos… y a menudo, para descalificar una propuesta o una idea, se dice que es «utópica«, inalcanzable. Por esa razón llamé -a falta de un nombre mejor- «utopías caseras» a esas otras (¿o, en realidad, no son otras y son las mismas «enfocadas» de otra forma?) que apuntan a metas más próximas y modestas, de efectos más inmediatos… capaces de movilizarnos -a nosotras, las personas cercanas- a hacer cosas juntas, de impulsarnos a salir de nuestras islas para tejer archipiélagos.

Siento que las grandes utopías están hechas de miles de pequeñas «utopías caseras» (¿utopías funcionales?), de millones de pasos necesarios para llegar a la meta última. Decía Lao-Tse que «un viaje de 1.000 millas comienza con el primer paso«.

Cada uno de esos pequeños pasos necesarios que componen el viaje a la utopía -desde el primero- está cargado de fuerza y sentido, de potencia utópica… porque nos acerca a la meta última y nos prepara, nos hace más fuertes para dar el siguiente paso.

«La realidad no es lo que dicen las redes,
ni lo que hablamos las demás a partir de ello».

Una «utopía casera» (¿utopías operativas?) sería -tal vez- que los colectivos de nuestro barrio, de nuestro entorno próximo, se ayudaran mutuamente para tener así mayor impacto en sus acciones colectivas. Resulta elemental, de Perogrullo, puro sentido común… ¿verdad? pero, al mismo tiempo parece algo imposible, inalcanzable, «utópico«.

«Si buscas, hay gente buena y colectivos debajo de las piedras».
«Las sonrisas abren puertas».

Esa utopía «archipelágica» de la ayuda mutua entre los colectivos próximos, es solo un ejemplo (en lo personal, muy sentido) de entre las muchas «utopías caseras» (¿micro utopías?) que podríamos utilizar como pequeños motores de grandes cambios en nuestras personas y nuestros colectivos.

«Hacer lo que se puede con lo que se tiene»
«Pensar en pequeño»
«¿Elitismo?»

La definición y la consecución de esas «utopías caseras» (¿utopías artesanales?) nos servirá para aprender y ejercitar en la práctica los valores y «habilidades del camino«, fortalecerá el músculo comunitario. Por eso conviene sembrarlas y cultivarlas en nuestros propios colectivos y círculos, en los espacios y procesos que habitamos.

«Nos empeñamos en considerar este (todo este) el peor de los mundos.
Nos excusamos para no hacer nada.
Es como los que dicen que la verdad desmoviliza (pero al revés).
Movilizarnos viene de dentro.»

Si observamos con atención, comprobaremos que, siempre, el punto de partida de los procesos socio comunitarios somos las personas, las que ponemos las mayores resistencias, si, y las que tenemos que hacer los primeros cambios -personales- para que cambien los colectivos y las organizaciones, para que cambien las comunidades, para que cambie la realidad…

«No somos de una isla, sino de muchas.
Somos archipiélagos que juntamos islas».

«¿Y ahora, qué?»

(Las partes del texto en letra cursiva y entrecomilladas  transcriben, fundamentalmente, expresiones del Cuaderno de Bitácora del Viaje al Archipiélago del Común, utilizadas para establecer con ellas un diálogo imaginario y no siempre coherente.)