Ningún colectivo o movimiento social -como ninguna persona- es «autosuficiente«, no puede satisfacer por si solo sus necesidades ni alcanzar sus objetivos sin la interacción con su ecosistema social, sin el diálogo y el intercambio con otros colectivos, movimientos, entidades, instituciones… que se desenvuelven en el mismo «territorio«. Nos necesitamos unas a otras para nacer, vivir y sobrevivir en un mundo complejo.
A pesar de esta «interdependencia» -evidente para cualquiera que dedique un minuto a pensar en ella- los colectivos a menudo vivimos «ensimismados«, centrados en nosotros mismos, con toda la energía puesta en el éxito de nuestro particular proyecto, de la causa que defendemos, percibiendo incluso a los otros como «competencia» en la búsqueda de la atención y el apoyo social que todos perseguimos.
Ocurre, además, que la mayoría de los colectivos y movimientos sociales están sostenidos organizativamente por pequeños grupos de activistas, muchas veces no más de 3 personas, con círculos a su alrededor más o menos amplios de «simpatizantes» o colaboraciones ocasionales.
Algunas de esas personas que se ocupan de la organización en los colectivos tienen «multimilitancia» y se implican en varios procesos o movimientos a la vez, de manera que las agendas de esos pequeños grupos de personas (grupos motores, núcleos duros, coordinadoras, juntas directivas…) están siempre sobrecargadas y no dejan tiempo para la interacción con otros.
La gran paradoja es que no tenemos tiempo para tejer relaciones y complicidades con otras, aun sabiendo que todo sería más fácil para nuestro propio proyecto -y probablemente requeriría menos tiempo- si esas relaciones y complicidades funcionaran a tope. Somos islas.
De la necesidad de «Tejer Archipiélagos« ya hablé anteriormente y señalé que, primero que nada, es fundamental que, quienes formamos y sostenemos las organizaciones, entendamos que sin el apoyo y la ayuda mutua, nuestras islas -nuestros colectivos y movimientos- son enormemente frágiles y tenderán a desaparecer en los próximos temporales o terremotos.
No va a ser fácil pasar de la cultura organizativa «Juan Palomo» («yo me lo guiso, yo me lo como«) o -hablando de islas- de la cultura «Robinsón Crusoe» («mi supervivencia es lo primero«) a la cultura del «Archipiélago» («la cooperación es la fórmula»).
Tejer archipiélagos no significa apuntarse a todas las plataformas y redes posibles, sino entender y practicar nuestra forma de organizarnos y nuestra acción colectiva sobre la base de la cooperación entre los distintos actores, las distintas islas. Convertir la interacción, la ayuda y el aprovechamiento mutuo, la colaboración… en la estrategia fundamental de nuestros colectivos y movimientos.
Es algo que requiere mucha inteligencia colectiva, pero también generosidad, empatía y reciprocidad en el compromiso entre los colectivos y movimientos, entre las distintas islas. No se puede recabar atención o apoyo hacia «nuestro» propósito, nuestra causa, si no prestamos el mismo interés a las de los otros, a las de todas, a lo común.
Todos los actores, islas y habitantes, han de contribuir -con la mayor equidad posible- al diálogo, el intercambio y la colaboración, a la construcción del Archipiélago de lo Común. Aquí no sirve la «representación» ni la «delegación» en otras, solo vale la presencia efectiva y la participación real en todas sus formas posibles (incluidas las virtuales).
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