Casi todas las mañanas, muy temprano, bajo a la playa de Santa María y allí estiro músculos y muevo articulaciones, para que el cuerpo gastado no proteste más de la cuenta. Cuando avanza el otoño -aunque las estaciones anden trastornadas- hay días en que la niebla viene desde el mar y lo envuelve todo. Desaparece cualquier referencia. Todo es una espesa mancha blanca, como en el mundo ciego de Saramago. Se escuchan las olas rompiendo en la orilla, pero no se ven.
Por un instante, el viento sopla y arrastra jirones de niebla. Entre ellos se cuelan rayos de sol, como una revelación fugaz, iluminando un punto en el mar, la arena o la roca. Y la niebla vuelve a cubrirlo todo. Como si fuera un sueño.
Esa imagen me viene a la cabeza cuando Raúl me pregunta -«¿Cómo estás?»-. -«Perdido en la niebla«- debería responder. Siento que las personas con quienes me cruzo en el día a día tantean a ciegas como yo y se sienten como yo perdidas. No me sorprende, somos muchas las que cargamos con miedos e incertidumbre, gestionando como podemos la ansiedad y el final de las expectativas.
¿Qué hacer cuando la niebla te envuelve? Quizás, en vez de correr dando voces sin saber a donde… mejor parar, aquietarse, respirar a fondo, entregarse al silencio, escuchar las olas y el sonido del viento, pero también la propia respiración y el palpitar de nuestro corazón, poner nuestra atención en el momento, esperar a que el sol disuelva la niebla…
De esa manera siento que he de vivir el tiempo personal (cuando la vida recorre el final del camino) y el tiempo colectivo (esta «Era del Desconcierto» que nos encuentra sin horizontes, sin futuro).
La niebla mental que nos cubre está hecha en buena parte de ruido. Voces estridentes que se superponen, se confunden y nos confunden. Preguntas que se cruzan sin respuestas: qué viene a continuación, de qué forma nos afectaran los problemas, cómo resolveremos nuestras necesidades vitales y las de las personas cercanas, las de nuestras comunidades.
No será fácil desapegarse de las viejas certezas que nos trajeron hasta aquí. Aunque hayan dejado de ser útiles, nos aferramos a ellas o a sus sombras porque nos dan seguridad en medio de tanta confusión y ruido, y porque no sabemos pensar y hacer las cosas de otra manera.
En mitad de la niebla necesitamos afinar los oídos, descubrir -entre el ruido- otras voces y presencias, referencias que nos ayuden a situarnos, a intuir donde estamos. Personalmente, son las voces de poetas, artistas y filósofos, las que más me sirven. Tal vez porque se atreven a mirar de otras maneras el mundo y a explorar nuevos lenguajes, y porque apelan a las emociones y las imágenes, a la imaginación de otras realidades posibles.
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