Apuntes para la Participasión

Comunidad, Participación y Ciudadanía


«No Se Puede No Comunicar»

Eso decía Paul Watzlawick, que en la interacción entre las personas siempre hay intercambio de información. Nos comunicamos con palabras, si, pero también con gestos y expresiones, con nuestra forma de vestirnos y comportarnos…Todo «dice» algo a/de quienes interactuamos, todo transmite mensajes conscientes o inconscientes, que son interpretados -desde la subjetividad de cada cual- y condicionan la relación mutua.

Esto ocurre con las personas, pero también con los grupos y colectivos sociales, que no podemos «no comunicar«. Por eso, en la entrada anterior, proponía añadir un nuevo punto a la lista de factores que están conformando los cambios organizativos en las iniciativas colectivas y procesos comunitarios:

o. Es fundamental una buena comunicación con el territorio, con el ecosistema social donde se desenvuelve la acción colectiva. Porque el «éxito» (concepto que está por redefinir) de esa acción depende en gran medida de la capacidad de conectar con ese ecosistema, relacionarse con él, aprovechar las oportunidades y recursos de que dispone, generar colaboraciones y sinergias con otros actores… Todo ello es «vital» para nuestro proyecto colectivo, y nos obliga a «mimar» la comunicación con el entorno.

La comunicación, muchas veces entendida como propaganda y marketing, dirigida a conseguir apoyos y dinero, centrada en «vender» una imagen positiva de las iniciativas y proyectos que impulsamos, ha ocupado grandes esfuerzos y recursos en muchas organizaciones, y ha estado (lo está todavía) «de moda«. Es fácil que las organizaciones -minimizando «fracasos» y maximizando «logros«- acaben creyéndose su propia propaganda, deformando así el análisis de la realidad y la autopercepción de su impacto real.

Así que no hablamos de propaganda, sino de comunicación: que nuestras iniciativas y proyectos sean «bien conocidos» por los actores sociales que habitan el territorio donde actuamos, y que conozcamos bien a éstos, su papel, sus intereses, sus capacidades y sus potenciales… Que sepan quienes somos, qué hacemos, para quién y para qué lo hacemos… que nos puedan re-conocer, sentirse «afectados» (activar afectos, empatías, simpatías…) por nuestra acción, relacionarla con sus vidas y sus necesidades, con sus anhelos, con sus iniciativas, que puedan encontrar motivos para participar y colaborar, para hacer cosas juntas.

Está el caso, nada raro, de los colectivos e iniciativas que no aprecian el interés de comunicarse con su entorno, que parecen sentirse «autosuficientes» y encontrar en su propia experiencia colectiva todo lo que necesitan para seguir actuando juntas. No cabe reproche por ello, solo que, en la práctica se convierten en «islas«, se «aíslan«, desaprovechan las oportunidades que ofrece el entorno y las posibilidades de aprender e influir en otras experiencias. Una pena. Un derroche de inteligencia colectiva. Pero de eso hablamos otro día.

Volviendo a la comunicación, en la mayoría de iniciativas y procesos colectivos parece necesario encontrar la manera de «contar bien» nuestra experiencia. Y, como decía Watzclavick, hacerlo con conciencia de que todo cuanto hacemos «comunica» quienes y como somos. De eso «hablan» nuestros espacios de encuentro, sus muebles, sus paredes, la disposición física, los tablones de anuncios, los colores dominantes, los folletos, boletines y publicaciones, nuestros mensajes, comunicados y carteles, la forma en que se desarrollan nuestras actividades, nuestros «rituales» colectivos, nuestra manera de «estar» y relacionarnos con otros, nuestras metodologías y formas de trabajo… ¿Qué dicen de nosotras?

Una buena pregunta para hacerse juntas, ya que la «comunicación» es el hilo conector con las personas a las que nos dirigimos, a las que queremos implicar, con las que queremos colaborar o cuya participación buscamos, de las que esperamos recursos y apoyos, etc. La comunicación con ellas no se puede dejar al azar, lo que no significa que deba convertirse en el eje alrededor del cual gira todo lo demás. La comunicación con el entorno puede ser una tarea «especializada» dentro de los colectivos, pero solo funcionará si implica a todas sus partes y miembros.

Respecto a los espacios físicos de encuentro o trabajo y a su potencia comunicativa, hay que repetir que son importantes, más de lo que parece. Es necesario hacerlos nuestros, «identificarlos«, llenarlos de referencias a nuestras causas, valores, símbolos, proyectos y actividades… hacer que sean espacios acogedores y seguros para quienes los utilizamos, que «hablen» y «digan cosas» de nosotras.

Pero no es fácil, la mayoría de las veces, disponer de un espacio propio, cedido o alquilado. Y muchas iniciativas tendrán que recurrir al apoyo de otras iniciativas y colectivos. Eso no cambia la necesidad de esa «apropiación» del espacio, así que habrá que probar «espacios compartidos», «sedes itinerantes«, «rincones cedidos» por un colectivo más fuerte, «ocupaciones colectivas suaves«, o cualquier otra alternativa que seamos capaces de imaginar (mira por donde, la escasez de espacios físicos podría contribuir al conocimiento mutuo y la colaboración solidaria entre pequeños colectivos. Hablaremos de «La Cultura del Archipiélago«, próximamente en nuestras pantallas).

Las tecnologías son sin duda un importantísimo recurso para la comunicación con el entorno, permiten establecer conversaciones con/entre las personas interesadas, posibilitan la participación de quienes no pueden estar presencialmente… Siempre que huyamos del vicio frecuente de multiplicar y saturar de contenidos los canales comunicativos hasta hacerlos «insignificantes» (que no significan nada). En este terreno concreto, también vale el principio de «menos es más«.

Igualmente, sirve aquello de que «lo virtual no sustituye a lo presencial«. Porque, muchas iniciativas y procesos comunitarios todavía incluyen o se dirigen a personas y sectores sociales que no dominan las tecnologías y sus códigos, y porque la comunicación «física» (con carteles y avisos en escaparates, muros, farolas, reparto de octavillas, buzonadas, transmisión boca a boca, grafitis, pintadas, etc.) sigue siendo necesaria y conveniente (porque visibiliza las luchas, modifica paisajes, genera preguntas y conversaciones en las calles y los barrios, genera cohesión entre quienes la practican…).

La comunicación que hemos de practicar en/desde las «nuevas» iniciativas y procesos comunitarios ha de reflejar -en sus contenidos y en sus formas- los valores de la diversidad, del encuentro, de la cooperación, la potencia de las culturas, del arte, de la música… como vehículos para facilitar el conocimiento mutuo y la construcción de las nuevas comunidades.

NOTAS

  1. Conforme «la lista» crece, se hacen más evidentes las conexiones y cruces entre unos y otros factores, entre unas y otras piezas del rompecabezas organizativo. El mapa de las nuevas organizaciones, que todavía solo se vislumbra, está en continua transformación (como el mismo mundo, en estos tiempos de seísmos sociales), adaptándose a las condiciones cambiantes del entorno, del territorio, y a los procesos internos, también cambiantes, de cada iniciativa o proceso. Pronto habrá que hacer un nuevo borrador (para borrarlo de nuevo).
  2. En esta entrada se repite demasiadas veces la palabra «bien» (que nuestros proyectos sean «bien» conocidos, que conozcamos «bien» a los otros actores, «contar bien» nuestra experiencia…) sin precisar qué quiero decir con ella. También se habla, en esta y otras entradas, de un «éxito» que está por definir (pero que no se define). Creo que los indicadores que utilizamos actualmente para evaluar lo que consideramos que es el «éxito» de las iniciativas colectivas y los procesos comunitarios, van a cambiar mucho y muy deprisa (de lo cuantitativo a lo cualitativo, de los resultados a los procesos, de la autosuficiencia a la interdependencia, etc.). Por eso las comillas (y lo de no «mojarse«).


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