Apuntes para la Participasión

Comunidad, Participación y Ciudadanía


La «erótica de la acción colectiva»

Hace un puñado de años me inventé lo de «la erótica de la acción colectiva«, para intentar explicar la satisfacción que experimentamos quienes formamos parte de movimientos y colectivos que «conspiran» y llevan a cabo acciones para cambiar el mundo.

Muchas veces, en el trabajo de acompañamiento y formación, propuse a las personas participantes que listaran aquello que personalmente «obtenían de sus asociaciones» (de mujeres, de jóvenes, de vecinas…, por ejemplo). La lista crecía y crecía con todos los aprendizajes, amistades y afectos, reconocimientos y fortalecimientos de la autoestima, desarrollo de habilidades y capacidades personales, conocimiento de la realidad, conciencia del mundo, sentimiento de utilidad, empoderamiento… sin que pareciera tener fin.

No he conocido a ninguna persona que participara en un proceso colectivo y no encontrara en ello alguna forma de satisfacción, incluidas las que siempre se lamentan de lo mucho que trabajan, de las preocupaciones que les produce su compromiso, del poco apoyo que reciben… Siempre he sospechado que se trata de masoquistas que hallan placer en sufrir y quejarse.

Pero no, hablando en serio, todo lo que ocurre en los procesos colectivos no es placentero y «bonito«. Sabemos bien que no es así, que la dinámica de los grupos es compleja y, a menudo, difícil, que en ocasiones lo pasamos mal, que podemos fracasar en el intento, que hemos tenido experiencias negativas…
Y, sin embargo, «nos pone«.

Nos «pone» porque -además de cambiar cosas- en la acción colectiva se movilizan las ideas y los esfuerzos, pero también los sueños y los afectos. Las emociones que se activan en las marchas y protestas, las que se comparten mientras pensamos los lemas y pintamos las pancartas, las que sentimos cuando conseguimos la respuesta solidaria que perseguíamos, el clima de sororidad y fraternidad que respiramos mientras trabajamos juntas… y más, mucho más. Todo nos hace sentirnos parte de algo común, hacemos nuestra la emoción de todas, la compartimos, la reforzamos y creamos vínculos entre nosotras para seguir luchando y cambiando cosas. Nos sentimos bien y sentimos que de esta manera crecemos, que nos hacemos mejores personas.

¿Acaso no es «excitante«? ¿No es una experiencia que merece ser vivida? ¿Algo en lo que vale la pena «educar» a nuestros niños y niñas? ¿No nos proporciona un poco de «felicidad«? ¿No es un buen antídoto contra la ansiedad y la depresión, contra el miedo y la incertidumbre? ¿Podría ayudarnos a superar el aislamiento tecnológico y la virtualidad de las relaciones? ¿Por qué no valoramos y compartimos más estas vivencias positivas con otras personas? ¿Por qué no nos las recordamos unas a otras en los momentos de dificultad y conflicto?

Hay un indicador fundamental en el potencial de «éxito» de cualquier proceso colectivo y tiene que ver directamente con la satisfacción de quienes participan en él. Sin «disfrute«, es más que dudoso que consigan sus objetivos. Siempre recomiendo a quienes no se sienten a gusto que busquen otros espacios colectivos, otros proyectos donde se sientan mejor. Un colectivo, una organización de personas insatisfechas y a «dis-gusto» no puede ser eficaz.

Diré, porque lo he visto y vivido en muchas ocasiones, que el trabajo duro, el esfuerzo, el compromiso… (por no hablar de «sacrificio«, con connotaciones tan lúgubres y viejunas) suelen ser ingredientes habituales del disfrute, el ying del yang, o viceversa. La gente que más trabaja suele ser la que más disfruta, eso es así.

Y los conflictos son parte de la realidad y de los procesos, parte de la vida (no hay cambio sin conflicto). Hemos de aprender a resolverlos mejor, pero eso no significa que hayamos de enfrentarlos con cara ceñuda, como talibanes de la autoinmolación militante o flagelándonos como «penitentes» del cambio social. De nuevo recordamos a Emma Goldman y su apuesta por una revolución en la que se baile.

¿En la tuya se baila?



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