El inolvidable maestro Antonio Rodríguez de las Heras, al que perdimos en la pandemia, comparaba las redes sociales con los mentideros o plazas donde se reunían las gentes de la ciudad, del pueblo, formando grupos y conciliábulos para compartir y discutir las noticias.
Antonio decía también que la realidad virtual -la de las redes e Internet- es un espejo de la realidad física, tal vez un espejo deformante, que exagera y dramatiza sus rasgos, pero al fin y al cabo un reflejo del mundo que vivimos.
Desde hace unos meses estoy «quitándome» de las redes sociales, en las que he sido un participante muy activo, porque en esas plazas -al igual que en la realidad cotidiana- hay demasiadas voces que se mezclan y confunden sin sentido, compitiendo por hacer más y más ruido.
Además, en las redes todo tiene que sucederse deprisa, sin pausa, con nuevos estímulos continuos que retengan la atención de quienes nos conectamos a través de los teléfonos «inteligentes» (?) para impulsarnos a apretar el botón de «me gusta«…. y como consecuencia, seguir comprando más cosas que no necesitamos, que es el fin último de todo el negocio. La realidad virtual también es un mercado, donde todo se vende y se compra.
Así que me paseo de grupo en grupo, escuchando lo que se dice aquí, lo que se cuenta allá, intentando distinguir lo que es importante en medio de tanta confusión, sin intervenir en las discusiones o debates, sin decir nada. Comparto algunas convocatorias de movilizaciones -en defensa de la Sanidad y la Educación Públicas, por ejemplo- y algunos textos que me hacen pensar, pero sin opinar, guardando el silencio.
Me refugio de vez en cuando en este viejo blog que, para mi sorpresa, leen unas pocas personas. Lo utilizo, como he contado alguna vez, para «pensar en voz alta«, o sería más preciso decir: «pensar en palabra escrita«. Me ayuda a aclarar y ordenar las ideas, lo que resulta muy útil cuando se tienen muchos años.
Cuanto más me coloco en la posición de observador, de escucha, más me chirría el ruido de las redes, más ajenos y extraños me parecen los mensajes, las conversaciones… En las redes, las cuestiones más banales se convierten en virales, mientras que las más graves y acuciantes -como la crisis climática, el genocidio en Gaza, el ascenso de los neofascismos…- se «normalizan» como parte del paisaje cotidiano, y se olvidan pronto.
En las redes predominan la imagen y la apariencia, que «parezca que» soy feliz, rico, guapo, un triunfador… que parezca que me interesan los temas «mainstream» (que quiere decir «de moda»), que parezca que hago algo para mejorar el mundo… y toda esa «representación» produce más y más ruido.
En las redes mucha gente «dice«, pero poca gente escucha, lee, piensa… casi ninguna dialoga. Las opiniones están a menudo polarizadas y enfrentadas. No se comparten ideas, se defienden posiciones. Cada cual habla de lo suyo sin atender a lo de las otras personas, sin tratar de entenderlo.
Recuerdo el cuento del maestro zen llenando hasta rebosar de te la taza de aquel aspirante a discípulo que se consideraba tan sabio, derramándolo sobre él para hacerle comprender que no es posible llenar una taza que ya está llena, ni aprender nada cuando todo se sabe. Me pregunto si es posible escuchar algo cuando nuestros oídos, nuestra cabeza, nuestra mente rebosan de ruido.
Creo que necesitamos el silencio para tratar de entender lo que nos está pasando, para encontrar su sentido o reconocer su sinsentido.
Personalmente, busco el silencio ayudándome de la meditación -que consiste en eso: estar en silencio- como una manera de entrenar la capacidad de escucha, de escucharse y escuchar el mundo, de aprender a respirar y esperar. En silencio.


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