(La imagen es de Miguel Brieva)
Esa es la consigna. Los efectos de la crisis climática van a ir a más, afectando a nuestras vidas, las de todas y todos. Las personas más vulnerables serán las primeras víctimas. Ya lo son.
Son los millones de migrantes de países empobrecidos, expoliados por todas las formas de colonialismo, que tratan de huir como pueden de la miseria para morir muchas veces en los muros y los mares que les separan de los países ricos.
Pero la desigualdad y la miseria ya acampan dentro de los muros de los países ricos. Y el impacto de la crisis no será el mismo para todas, como vemos en la degradación de los servicios públicos, la pérdida de derechos, la precarización creciente del trabajo…
Una inmensa minoría, sin embargo, seguirá gozando de privilegios y ya hace planes para escapar de los efectos de la crisis (y para hacer negocio con ella).
Pese a que todo ello es evidente, nos resistimos a aceptarlo, a mirarlo cara a cara. Sabemos que las cosas no van a ir a mejor, pero preferimos hacer como si no pasara nada, mirar para otro lado.
Si hiciéramos lo que hay que hacer, tendríamos que cambiar mucho, nuestra forma de vida, nuestras prioridades, nuestras relaciones… y nos pilla con las fuerzas muy mermadas. Demasiado esfuerzo.
La paradoja es que, si no lo hacemos, nuestras posibilidades de supervivencia se reducen, porque formamos parte de la mayoría más vulnerable, la más prescindible.
Si, solo la ayuda mutua, la colaboración, la autogestión, la organización comunitaria… nos ofrecen alguna posibilidad de futuro. Eso es lo que significa: «Solo el pueblo salva al pueblo «.


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