Por Fernando Domínguez Hernández
Muchas veces escuchamos aquello de que la tecnología es neutra. Algo que se podría metaforizar con el ejemplo del cuchillo, es decir que depende el uso que le demos es un arma blanca o un fantástico útil de cocina.
Sin embargo el cuchillo tiene un filo y un mango, y no es flexible, ni tiene un sistema operativo, ni una rótula móvil en el centro -a veces, cuando ésta es simple y sólo se mueve en una dirección haciendo de bisagra, el aparato es más conocido como navaja-. Aunque existe en el mercado una amplia variedad de cuchillos, por no hablar de nuestra imaginación, un cuchillo siempre será un cuchillo con todas sus limitaciones, aunque podamos buscarles usos creativos a partir de las posibilidades que nos ofrece. Así las niñas y los niños aprenden en su tierna infancia que hay que tener cuidado con el uso de esta herramienta, porque corta.
De la misma forma la tecnología tiene sus objetivos y está condicionada por los intereses comerciales de las empresas que las crean o las explotan -al menos en la actualidad-. Es más que probable que en el origen de herramientas como el cuchillo las condiciones sociales fueron otras, y las necesidades del capitalismo pesaran menos que las de los seres humanos.
Las actuales Tecnologías de la Información y la Comunicación no escapan de este fenómeno social, es más puede que encarnen más que nunca los intereses del capital financiero. Aunque igual que podemos usar un cuchillo para provocar una carnicería humana o para ayudarnos a preparar el mejor de los banquetes, también la actual tecnología de la comunicación permite un usos sociales y transformadores. No sería justo aquí criticar el papel de las TICs en pleno uso de ellas -en la vida, en el trabajo, en la educación, en los movimientos sociales, …-, quienes nos manejamos con cierta soltura dentro de ellas -y nunca dejamos de aprender- frente a quienes quedan excluidos de ellas y por tanto a su vez de la misma sociedad.
Lo único que pretendo destacar desde aquí es la discrepacia de objetivos con las que se diseñan unas herramientas centrales en nuestra acción desde los colectivos sociales, y las que abanderamos en nuestras organizaciones. Existe una distancia, en muchos casos -también en el propio interior de las organizaciones- entre quienes diseñan los aparatos y sus aplicaciones, y entre quienes las usan.
Podríamos hablar del movimiento del Software Libre, que intenta salvar en buena medida estas distancias en las comunidades de las personas desarrolladoras en las que se integran múltiples roles. Porque pensar en un Hardware Libre -aunque haya pequeñas experiencias- suena aún a ciencia ficción, pues nuestros medios son aún escasos. Sin embargo quiero irme a algo más concreto y de andar por casa, como son las redes sociales que han entrado en nuestras vidas con bastante fuerza en los últimos años.
En muchas organizaciones nos planteamos la cuestión de ¿Facebook or not to Facebook?
Muchos aceptamos, probamos, tanteamos posibilidades, las incorporamos a proyectos concretos, … en definitiva investigamos sus posibles usos alternativos, porque los convencionales o los que nos proponen no nos convencen directamente. Hacer pública nuestra vida personal o de nuestra organización, tener muchos amigos, escribir en un muro, etiquetar fotos, crear una página, entre otras, son las actividades que nos propone Facebook, por no referirme a las innumerables aplicaciones, jueguecitos y pasatiempos existentes. ¿Podemos dotar de sentido social nuestra actividad en las redes sociales?¿Nos pueden servir para ampliar nuestra base social, difundir nuestro mensaje, acercar las relaciones a las personas miembro y afines de nuestro colectivo, hacer campañas de denuncia política, movilizar la sociedad más próxima, dinamizar nuestro territorio?
No tengo una respuesta categórica, y no creo que exista. Pero lo que sí quiero es plantear la reflexión sobre el uso que podemos hacer y las obligaciones y que contraemos al habitar en Facebook -tercer país del mundo en cantidad de habitantes, que no ciudadanos-.
Hay cosas obvias y evidentes que suceden al entrar en una red como Facebook, por un lado estamos firmando un contrato -al que por regla general no prestamos mucha atención-, que determina la posesión y uso de los datos, contenidos y archivos que compartimos. Por otro lado establece niveles de privacidad predefinidos que no podemos cambiar más allá de un par de opciones básicas. Además invita a compartir nuestro día a día y crea una expectativa de feedback permanente sobre nuestra actividad, de forma que lo que nos engancha son las respuestas, puesto que estas determinan el grado de significación social de nuestro perfil.
Pero volviendo al tema de que las tecnologías no son neutras. En éste caso, se nos propone una metafora de trabajo, que no podemos negociar: Escribe en tu muro. ¿Si nos lo hubieran preguntado que hubiéramos dicho? Seguramente nos hubiéramos quedado en blanco, pero este es otro tema.
Lo importante de esto es que no las podemos cambiar, ni negociar porque no somos ciudadanas y ciudadanos de un país democrático, sino clientes de una empresa. La relación contractual es la norma en una sociedad de consumo, y esto escapa a las redes comerciales -término que las define mejor, a mi juicio, que la de redes sociales, pues éstas últimas han existido desde siempre y son genuinas de nuestra especie-. De esta forma pareciera que nos acostumbráramos a no negociar la realidad, a asumirla tal y cómo nos viene dada.
Las redes comerciales no están diseñadas para la movilización social. Sus objetivos y la lógica que nos propone de interacción con metáforas del tipo eres o no mi amigo, no explican ni reflejan nuestra vida social. Sin embargo pueden ser una buena herramienta para complementar nuestra estrategia de comunicación.
Tenemos entonces en nuestros mundos virtuales herramientas que pueden acompañar la acción sobre el territorio, la comunicación con las personas afines y miembro, amplificar nuestro mensaje y abrir nuestras orejas virtuales, pero no desde la uniformidad, sino desde la creatividad y la complementariedad. Sin por ello dejar de revindicar espacios públicos y/o sociales, en los que la democracia sea la norma y no la excepción, donde se construya ciudadanía y no se alimente el consumismo, donde tengamos voz para construir territorios virtuales que respondan a los objetivos y necesidades de las personas que lo habitan.
La pregunta central no es estar o no en Facebook, sino que hacemos mientras estamos en Facebook. ¿Cómo habitamos en Facebook -de forma segura, responsable, eficiciente, social, …-?¿Cuáles y con quién construimos alternativas virtuales?¿Cómo construimos ciudadanía real -virtual y presencialmente-?¿Cómo vienen las TICs a complementar los procesos sobre nuestros barrios, pueblos o territorios?
Tal vez estemos poco preparadas para desplegar el potencial que nos ofrecen las TICs, pero algunas de estas herramientas que se han hecho tan populares tampoco están preparan para los movimientos sociales. Por eso se hace tan necesario el diálogo entre diseñadoras, diseñadores y colectivos sociales, entre quienes administran una comunidad virtual y sus habitantes, entre quienes dirigen un programa de intervención social y el territorio en el que se desarrollan, entre quienes gobiernan y quienes ejercen la ciudadanía, y como diría Umberto Eco entre apocalípticos e integrados. La participación es excluyente del binomio tecnocrático equipo técnico-personas usuarias o destinatarias, tanto en los mundos virtuales, como sobre el territorio. Para ello el diálogo es, sin duda, nuestra mejor y más potente tecnología.


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