La situación de las organizaciones de acción voluntaria (OAV) en nuestro país es crítica. Para bien y para mal. Para mal, porque está en juego su misma supervivencia, al menos en la forma en que las conocemos. Para bien, porque esta situación extrema nos obliga a abordar los imprescindibles cambios pendientes para recuperar el sentido social que hemos ido perdiendo.
El (difícil) término de voluntariado
En primer lugar, cabe decir que el término «voluntariado» no tiene más de 20 ó 25 años de uso en nuestro contexto social. Quienes peinamos canas sabemos que su utilización empezó a generalizarse en el marco de la incorporación de España a la Unión Europea, probablemente con el objetivo de homologarnos a códigos y terminologías que estaban incorporados en los países de nuestro entorno. Lo mismo ocurrió con otras expresiones como Organización No Gubernamental (ONG), Tercer Sector, Mecenazgo, etc.
Sin embargo, la acción voluntaria organizada, altruista, sin ánimo de lucro… tiene raíces históricas mucho más profundas, aunque los términos utilizados fueran otros y se hablase de activismo, compromiso social, militancia, asociacionismo solidario, organizaciones sociales, etc.
Lo «novedoso» para el mundo asociativo solidario a lo largo de estos 20 ó 25 años no ha sido la pervivencia de amplios grupos sociales que entregan voluntariamente su tiempo, su conocimiento y sus capacidades a la transformación social, el apoyo solidario a colectivos en necesidad y la construcción comunitaria, sino la aparición y consolidación de distintas figuras profesionales que, de forma remunerada, se han venido ocupando de gestionar programas y organizaciones.
El cambio de lenguaje, y la construcción ideológica que se esconde tras de él, coincide con la apropiación administrativa de la iniciativa social: los gobiernos -en todos los niveles administrativos- pretenden (y consiguen) regular -e instrumentalizar- la acción social voluntaria, convirtiéndola en un recurso subsidiario, complementario de la acción gubernamental, subordinándola y haciéndola dependiente mediante una política de subvenciones a menudo poco transparente o abiertamente clientelar.
Así, las asociaciones, colectivos y organizaciones solidarias han venido realizando en estos años, con recursos públicos, una labor extensa e intensa de atención y asistencia a todo tipo de grupos sociales en necesidad, que ha sido fundamental para la inclusión social y los avances en la igualdad de estos colectivos.
Dicho esto, quede claro que en este apunte nos referimos al presente y el futuro del conjunto de los colectivos y organizaciones de iniciativa social, incluyendo a las ONGs y otras estructuras del llamado Tercer Sector, al conjunto del tejido asociativo solidario en nuestro país. Y ese planteamiento incluyente tiene sus ventajas, porque nos permite generalizar y obtener una mirada de conjunto, pero también tiene sus inconvenientes, porque cualquier generalización oculta una amplia diversidad de situaciones y la existencia de numerosas excepciones a todo lo que sigue.
Un presente crítico
El momento presente de las organizaciones solidarias es -como adelantábamos más arriba- de una extrema gravedad. Corren el riesgo de convertirse en meros apéndices de la acción gubernamental, limitándose a prestar servicios asistenciales a bajo costo (en competencia con la iniciativa privada), o de acabar siendo «insignificantes» en la dinámica de cambio social que nos sacude.
Los rasgos que caracterizan esta situación son muchos y muy complejos, apuntamos solo algunos:
Un modelo organizativo agotado
El modelo organizativo de la mayoría de las organizaciones solidarias tiene sus antecedentes en las formas organizativas surgidas con la Revolución Industrial y los orígenes del Movimiento Obrero, hace casi dos siglos. Se trata -simplificando mucho- de una forma de organización jerárquica, vertical, basada en el liderazgo personal, de caracter patriarcal y endogámico -centrada en si misma-, afirmándose por oposición o competencia con el resto de organizaciones…
Los síntomas de agotamiento de este modelo organizativo han venido siendo más y más evidentes con el paso del tiempo, aumentando los desajustes y contradicciones con una sociedad en cambio. Pero, además, estos desajustes se han multiplicado por contraste con los cambios sociales producidos por la Revolución Tecnológica. La rapidez y profundidad de estos cambios, el impacto de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), su tremenda incidencia en las formas de conocimiento, comunicación, relación, etc., han servido para poner en mayor evidencia las carencias y resistencias a los cambios en las organizaciones solidarias.
Estas, durante los últimos 20 ó 25 años, han profundizado su subordinación hacia las Administraciones Públicas, su papel subsidiario y su dependencia económica -dependiendo de las subvenciones públicas para el sostenimiento de programas y servicios y de las propias organizaciones-. Muy a menudo, las organizaciones se han venido preguntando si no estaban convirtiéndose en «mano de obra barata» para la Administración, «sacándole las castañas del fuego» y sirviendo de colchón amortiguador de los conflictos sociales.
En ese tiempo, las organizaciones que nacieron de la reivindicación y la protesta, de los propios colectivos afectados (personas toxicómanas, discapacitadas, enfermas de VIH, inmigrantes, mujeres, jóvenes…) o de sus entornos familiares y sociales, han ido orientando progresivamente su atención hacia la Administración, convirtiéndose en prestadoras de servicios, perdiendo su caracter reivindicativo y, con él, también una gran parte de su base y apoyo social.
La incorporación de valores y esquemas de organización mercantiles a la gestión de muchas organizaciones, ha profundizado las contradicciones y ha contribuido a su pérdida de significación social.
En suma, aunque no hubieran concurrido otros factores, el agotamiento del modelo organizativo reclamaba por si solo una renovación profunda de las organizaciones solidarias para adecuarse a una sociedad en cambio.
En la Sociedad de la Crisis
La fragilidad del modelo organizativo se hace más evidente con la crisis económico-financiera que nos golpea desde 2008. Claro que esta crisis económica es, en nuestra opinión, solamente una expresión de la crisis de todo el sistema, que se manifiesta también en la crisis medioambiental, en la energética, en la alimentaria, en la migratoria, en la de derechos humanos, en la de valores… Se trata de una crisis estructural que ha venido para quedarse. Como diría Antonio Rodríguez de las Heras, no es que estemos ante una crisis de la sociedad, es que la nuestra es la Sociedad de la Crisis.
Los retos y desafíos que enfrentamos ponen en cuestión, patas arriba, todas las estructuras sociales y su capacidad para darles respuesta, incluyendo -por supuesto- a las propias organizaciones solidarias.
Pero, además, la crisis económica ha significado un recorte de todas las políticas sociales que ha afectado, en primer lugar, a los programas y servicios de las organizaciones de iniciativa social, a su propio mantenimiento y sostenimiento. En todos los campos de la acción social se han reducido drásticamente -o han desaparecido- las subvenciones y convenios. Eso ha significado el fin de muchos programas y servicios y la consiguiente desatención de amplios grupos y sectores sociales en necesidad, los más débiles. Cuando mayores son las necesidades y los sectores afectados por ellas, menores son los recursos disponibles.
Para completar la jugada, la crisis financiera -o la situación de quiebra- en que se encuentra la tesorería de muchas administraciones locales y regionales, supone en la práctica el retraso o el impago de las mermadas subvenciones, sin que muchas organizaciones tengan capacidad de soportar la incierta espera.
La consecuencia de todo ello es que las organizaciones han de cerrarse, precarizarse aún más, o han de recortar sus programas y personal técnico. Se calculan en unos 300.000 los puestos de trabajo que, en los tres últimos años, se han perdido en el «Tercer Sector» en España. No se ha hecho un calculo del número de personas que se han quedado sin atención y apoyo, sin servicios.
Esta situación, que en cualquier otro sector productivo hubiera supuesto un escándalo mediático y una amplia movilización social (como en el caso de Francia), exigiendo de la Administración los recursos necesarios para «salvar el sector», en el caso de las organizaciones solidarias españolas ha tenido escasa repercusión y no se ha traducido en movilizaciones significativas. ¿Tendrá ello algo que ver con la dependencia y la pérdida de base social?
La sorpresa del 15M
La creciente ola de movilizaciones sociales que está recorriendo el mundo y que en España tiene su máxima expresión en el movimiento 15M ha supuesto una sorpresa generalizada, empezando por sus propios convocantes, y también para las organizaciones solidarias.
El discurso de estas organizaciones, especialmente durante los últimos años, ha estado repleto de quejas hacia la apatía social, la falta de apoyo y participación ciudadana, la dificultad para concienciar y movilizar a la sociedad frente a las necesidades y problemas existentes.
Pero el 15M ha desbaratado de un plumazo todas estas lamentaciones: se ha demostrado en la práctica que existe un amplio y profundo deseo de participación ciudadana, que las generaciones más jóvenes quieren y pueden ser sujetos protagonistas de la acción colectiva, que existen otras formas de organización y acción social que no se reducen a los viejos y agotados modelos, etc.
Frente a las dificultades y resistencias de las organizaciones solidarias para realizar una efectiva apropiación de las TIC, el 15M ha demostrado que no se requieren cuantiosos recursos económicos o tecnológicos, sino empeño, cooperación y creatividad para convertirlas en instrumentos eficaces de la organización, la comunicación y la acción colectiva.
En el 15M se manifiesta también un rechazo frontal a la burocracia, la subordinación, la dependencia, la jerarquización, la falta de participación, la endogamia… de las organizaciones tradicionales. No quieren saber nada de ellas.
De manera que, paradójicamente, el 15M ha venido a profundizar la crisis de las organizaciones solidarias, al mismo tiempo que señala algunas de las líneas de cambio que han de recorrer en su transformación interna… si no quieren quedarse descolgadas de los cambios sociales.
Reinventando el tejido asociativo solidario
En resumen, el presente es un momento de cambio y reinvención. Nos encontramos en mitad de ojo del huracán de la transformación del tejido asociativo solidario. Ya sabemos como no pueden ser -como no van a ser más- las organizaciones de iniciativa social, pero aún no sabemos bien como serán en el futuro. Todo está en cuestión y en construcción. (Continuará)
Fernando de la Riva
(Este texto recoge las principales ideas puestas a debate en la ponencia «¿Hacia dónde camina el voluntariado? Presente y futuro del Tercer Sector Social«, dentro del Encuentro «Voluntariado y Participación Ciudadana«, en el marco de los «Encuentros Internacionales de Juventud, Cabueñes 2011«)

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