Apuntes para la Participasión

El sentido de todo lo que hacemos juntas es «circular«: por un lado pensamos, dialogamos, aprendemos, hacemos pequeñas cosas que transforman el mundo que nos rodea… y, al hacerlo juntas, se activan nuestras emociones, afectos, vínculos… que nos hacen sentir bien y se convierten en motores de la acción colectiva, en energía que nos mueve a hacer cosas juntas para mejorar la vida en común. Hacer, acción, juntas.

«Las personas en el centro«, es uno de los mantras que se escucha en Sankofa. Pretenden construir allí, entre todas, un espacio seguro, acogedor, libre de miedos, donde la diversidad de las personas y sus culturas se celebre como una riqueza a preservar y cultivar, un espacio de encuentro y cuidado para aprender -unas de/con otras- a convivir y cooperar, a trabajar juntas, construir comunidad, transformar el mundo en beneficio de todas. Una forma de practicar ese sueño que tanto nos inspira: «poner la vida en el centro«.

Desde el comienzo de la visita-guiada, Pep me viene contando -con la sonrisa velada por el bigotón y su larga barba de pope griego- una sucesión de «coincidencias» o «accidentes» que forman parte de la leyenda colectiva sobre la «magia» de Sankofa: el chamán que se perdió «casualmente» en el Carrer de la Beata Inés; la historia del hombre, aparecido de la nada con su hija una mañana y nunca más vuelto a ver, que sabía tocar (y tocó) el «dijeridoo«, una ancestral trompa australiana, que «casualmente» había en Sankofa; el santón sufí que rompió a reír al poner el pie allí y recorrer el espacio como si lo conociera; el misterio de la maceta de hierbabuena con sus hojas mordisqueadas, y la mariposa dorada que salió del capullo para revolotear por todo el espacio y posarse en sus habitantes…

Escucho los relatos con una sonrisa, porque se que en Sankofa todo tiene una historia (La Casa de las Historias) y Pep es un buen narrador que sabe captar la atención del oyente, pero mi escepticismo hacia lo «esotérico» me hace dudar de la intervención de fuerzas misteriosas. Incluso aunque -por causa de estas mismas crónicas- mi amigo Vicent, el Socarrat, viejo buscador de enredos, acabe de descubrir -¡oh «casualidad«!- que ya conoció a Pep en una vida anterior. ¿Otro encuentro «mágico«?

También sé que las iniciativas comunitarias -y cualquier proceso colectivo- necesitan de la poesía y cierta épica para expresar y compartir las emociones, para celebrar y transmitir la memoria colectiva. Con Pep hemos hablado mucho de las metáforas y las imágenes, de los símbolos y los relatos… Compartimos la importancia de encontrar nuevos lenguajes para expresar y compartir miradas de un mundo que se transforma constantemente. Bienvenidas sean la poesía, la creatividad, el arte y la belleza para iluminar la esperanza colectiva y el universo gris de muchos procesos comunitarios.

Pero, volviendo a Sankofa (y pensándolo bien), va a tener razón Pep, porque en estos tiempos no deja de ser «mágico«, casi un milagro, que la gente se reúna -«gratuitamente«- a compartir, escuchar, dialogar, cantar, bailar, comer, beber, soñar, disfrutar… con otras personas, ocupando, cuando es preciso, el espacio público. Un humilde gesto revolucionario en un mundo mercantilizado en el que no queda tiempo para el encuentro entre las personas (que diría Andrea: «tareas, tareas, tareas…«).

En todo caso, la magia de Sankofa no es obra de misteriosas fuerzas ocultas, sino de otras bien visibles: sus fuerzas mágicas son las personas que cada día se encuentran allí para hacer juntas cosas que les hacen crecer y mejorar como personas, cosas que les conectan y vinculan a otras personas del territorio, tejiendo redes de apoyo mutuo, construyendo comunidad, haciendo más fácil la vida… Comprendo que, para quienes no han sentido nunca antes la «erótica de la acción colectiva» (concepto extravagante, que me saqué de la manga hace mil años, para resumir los disfrutes de quienes hemos probado la pócima), resulte «mágica» la emoción, la fuerza y la potencia que generan el encuentro y la cooperación entre las personas.

Sankofa ha hecho del encuentro, de la celebración colectiva de la diversidad, la belleza y la riqueza de todas las personas y culturas,,, el sentido «nuclear» de su proyecto. Las personas -desde hace miles de años- nos identificamos, expresamos y reconocemos a través de nuestras historias, los cuentos y canciones, nuestro arte, nuestras costumbres, nuestras formas de vestirnos y alimentarnos, nuestras culturas, nuestros sueños… Y en Sankofa pueden expresarse, reconocerse, dialogar y encontrarse, libremente, sin miedo, todas ellas. ¿Magia?

Nota 4.
Respecto a los «nuevos» lenguajes que necesitamos para nombrar la realidad de las organizaciones y procesos comunitarios en estos tiempo inciertos, no han de ser nuevos por inéditos, exóticos o «mainstream» (¡nos encanta inventar palabrejas y adoptar otras en inglés!) sino por ser «otros» distintos, diferentes de los que hemos venido utilizando, tan deudores de la lógica mercantilista y patriarcal. Y ahí es donde entran la poesía, la creatividad, el arte, la metáfora… y la memoria (para conectarnos con las búsquedas de quienes recorrieron antes el camino).

Nota 5.
En cuanto a la «gratuidad» de la acción comunitaria, es gratuita porque -en medio de este sistema que pone precio a todo- en ella no hay transacción mercantil, sino intercambio, trueque, compartir…, y es gratuita porque es voluntaria, «de balde o de gracia» -que dice la RAE-: la hacemos porque nos gusta y nos da la gana.

(Continuará)