Las iniciativas comunitarias como Sankofa son «poliédricas» -me dice Pep-, tienen muchas caras y facetas, permiten muchas aproximaciones y miradas posibles, desde enfoques y perspectivas diferentes. Son sistemas complejos, con distintos planos que se cruzan y combinan entre sí, facetas que cambian y se transforman continuamente, que necesitan hacerlo para poder adaptarse a los acelerados cambios de la realidad, para poder vivir.
«Aquí pasan muchas cosas«.
Esta inmersión me ha permitido conocer algunas de las facetas poliédricas de Sankofa, solo algunas, y presiento que son muchas. Si hubiera que valorar Sankofa por la cantidad de actividades o de personas que pasan por allí y utilizan el espacio, la conclusión sería espectacular. Pero ya hemos dicho que la cantidad no es lo que se busca aquí. Lo llamativo es que una iniciativa que cultiva la «fuerza de lo pequeño«, que presume de ser solo lo que es y no querer colonizar ningún otro espacio o territorio, algo (aparentemente) tan frágil y humilde, tenga esa capacidad sorprendente de hacer tantas cosas con tanto sentido.
Es imposible bucear en todos los rincones de Sankofa, en el laberinto de sus tramas y vínculos, pero siento que muchas de sus distintas facetas cambiantes (igual que el espacio físico), son fácilmente visibles a poco que posemos la mirada y la escucha en las cosas que aquí ocurren. Así he tratado de reflejarlo en las crónicas anteriores, con plena conciencia de la subjetividad del buceador, que no aspira sino a disfrutar de la búsqueda y a encontrar algunas perlas.
Creo que he mencionado (casi) todo lo que me pareció significativo en Sankofa, en los días que allí estuve, pero hay tres «caras/planos/facetas» en las que quiero detenerme un poco más. La primera es la de la comunicación. Ya comenté la aparente simplicidad de la «comunicación interna«, basada en un grupo de Wathsapp, muchos cafés compartidos y una sólida trama de vínculos interpersonales que conectan entre sí al «núcleo duro» de quienes hacen Sankofa. No tienen queja de la comunicación interna, que no parece vivirse como una «tarea» pesada.
Respecto a la «comunicación externa«, a la difusión de las actividades, la proyección y la imagen pública de Sankofa… -cuestiones a las que las organizaciones solidarias y las iniciativas comunitarias prestamos mucha dedicación y recursos para captar la atención de la gente-, aquí parece recibir la atención «justa«. O sea, que Sankofa está presente en (casi) todas las redes sociales y utiliza las tecnologías de la información y la comunicación -todo ello de la mano de las compañeras de Fractals, que saben mucho de esto-. Las actividades se anuncian y se reseñan por las redes, y los grupos de «seguidores» son bastante nutridos. Pero no parece haber una obsesión por los «likes«, «followers«, estadísticas, viralizaciones… y otras patologías sociales que también han alcanzado a las organizaciones solidarias.
Además, se aprovecha la ventaja de ser barrio, la proximidad del territorio, la facilidad del boca a boca, el contacto directo y personal, los carteles o las octavillas, cuando la convocatoria lo merece… y está también la peculiar «no–organización» de Sankofa en diversos «grupos de interés«, que también facilita la agilidad de la difusión y multiplicación de la información.
La segunda faceta, que recorre todo Sankofa, en todos sus actores, vínculos y planos, es la confianza. Una gran parte de todo lo que se hace aquí se basa en la confianza mutua. La confianza en que todas las personas que comparten el espacio se respetarán y respetarán las «reglas de juego» de Sankofa y contribuirán a que sea un lugar seguro para todas y todos, libre de miedos, racismo, machismo, xenofobia, homofobia…

Y la confianza en el otro, en el diferente, en las otras personas con las que participamos y com-partimos el espacio, con las que hacemos cosas juntas.
Esa confianza no es una condición de partida, sino algo que se cultiva día a día en las relaciones interpersonales, es una parte fundamental del mismo proceso (educativo) de Sankofa.
La caja abierta sobre la nevera-bar -y bajo la mirada de los dioses protectores- recoge las aportaciones de quienes consumen refrescos o cervezas, junto a un discreto cartelito orientativo sobre las «aportaciones«. Sin ningún otro control. Es fácil no pagar, o incluso «meter la mano» en la caja o en la «taquilla inversa«, y tomar en vez de dejar nada. Pero aquí piensan que ese riesgo merece la pena y plantea a cada cual una interesante pregunta silenciosa sobre la confianza, la participación, la pertenencia…
La tercera cara o faceta que quiero señalar es la que hace referencia a las «conexiones externas«. No solo aquellas que vinculan a Sankofa con su ecosistema más cercano, particularmente con el barrio y con el conjunto de la ciudad. Estas son fluidas, naturales, como comentaba al mencionar los canales de la «comunicación externa«, y se apoyan en la proximidad y la cercanía.
Pero el buceador echa de menos más conexiones que desborden el territorio y sirvan para el conocimiento de otras «islas«, de otras iniciativas comunitarias «parecidas» a Sankofa (o algo así). Conexiones para el intercambio de saberes, para el aprendizaje mutuo, para la construcción colectiva de conocimientos, para apoyarnos en el camino…
Confieso que esta es una vieja obsesión personal, que he arrastrado por media España en los últimos 40 años o más: la llamada permanente a que los proyectos sociales y las iniciativas comunitarias transformadores viajen, se conozcan y encuentren con otras, creen redes formales e informales, compartan sus preguntas y respuestas, trabajen juntas… Pero también confieso que los resultados de este empeño han sido bastante modestos (por decirlo suavemente).
Hay muchos proyectos e iniciativas superinteresantes, más cerca de lo que pensamos, de las que no tenemos ni idea. Podríamos aprender mucho de ellas, pero, por lo general, tendemos a concentrar la dedicación en nuestros proyectos y problemas, sin prestar mucha atención a lo que otros proponen y hacen.
Sankofa no pretende crecer y expandirse, convertirse en una gran ONG de éxito, con franquicias aquí y allá, y una plantilla de decenas de profesionales contratados. Quiere seguir siendo un proyecto «pequeño«, de dimensiones humanas, un proyecto de barrio. Tiene algunos vínculos, -también emocionales-, con un proyecto primo hermano en Tesalónica, Grecia (de ahí la cara de pope que se le está poniendo a Pep), pero poco más.
Desde el respeto, pienso que es un desperdicio. Creo que Sankofa (como otros procesos interesantes) necesita ser conocido por mucha gente en la que estoy pensando, para que su experiencia nos aporte ideas, perspectivas y enfoques nuevos, pistas de futuro… a muchas otras iniciativas y proyectos comunitarios que existen, que existimos. Y Sankofa necesita conocer y conectar con esas iniciativas y procesos, para aprender, para mejorar, para crecer (no en tamaño), para afirmarse y reconocerse como algo que trasciende Sankofa, Patraix, Valencia… que forma parte de un gran movimiento que con-mueve al planeta.
(¿Continuará?)


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