Apuntes para la Participasión

Comunidad, Participación y Ciudadanía


Dejar el pesimismo para tiempos mejores

Hace años Eduardo Galeano leyó esta pintada en una calle de Bogotá, y sigue siendo un consejo útil para quienes hoy hacen suya la tarea difícil de despertar a las gentes para que tomemos conciencia de la realidad y nos organicemos para cambiarla.

Dicen, quienes entienden de psicología social, que los mensajes catastrofistas y apocalípticos, la alusión continua a la crisis climática, al agotamiento de los recursos, al colapso del sistema… lejos de servir para que las personas se movilicen, causa desaliento y desesperanza, activa el miedo, paraliza… y esa es una de las razones por las que mucha gente se refugia en la evasión o en la negación de la evidencia científica.

Estamos ante un dilema: Si alertamos a la gente sobre los graves problemas que YA nos están alcanzando, la asustamos y desmovilizamos. Pero si no la alertamos, por aquello de no asustarla… ¿Cómo podrá defenderse?

Para el mundo científico y quienes tienen información contrastada, no hay otra alternativa que describir claramente lo que está pasando, explicar sus causas y sus consecuencias. Se trata de un derecho básico de todas y todos. Pero, aparentemente, nos lleva de nuevo a la casilla de la evasión, la negación y la desmovilización social.

Hay quienes suponen que la aceleración de los cambios y el agravamiento de los problemas cotidianos, de las necesidades básicas de una mayoría social, forzarán la reacción social en no mucho tiempo. Tengo mis dudas sobre las tragaderas que tenemos los seres humanos y nuestra facilidad para la sumisión. Pero, además, me temo que una reacción social en condiciones extremas, puede multiplicar el desorden, el caos, la violencia, los abusos… y las primeras victimas serán siempre las personas más débiles.

Si no logramos que quienes tienen(mos) que movilizarse(nos) y reaccionar lo hagan(mos), el primer reto es conseguir que (nos) escuchen(mos) y piensen(mos). Encontrar la forma de romper el muro de silencio.

La forma que tenemos de contar la realidad tiene que cambiar. Está claro que no es una cuestión de cantidad de información, porque los datos son contundentes y más que abundantes, y tienen detrás un enorme consenso científico. Es una cuestión de calidad de esa información, no de qué hay que contar, sino de como lo estamos contando.

Además de la saturación de información (infoxicación), que la hace irrelevante, el horizonte que mostramos en nuestros discursos es -efectivamente- muy negro, sin que parezca haber salida, nada suficientemente motivador para hacer un esfuerzo y luchar por ello. Un horizonte sin esperanza, triste y oscuro. Es difícil luchar sin esperanza.

Así que, entre todas, nos toca (también) reconstruir la esperanza en las personas, en nosotras mismas, los grupos, los colectivos, las comunidades… Y aquí nos viene a ayudar otra vez el maestro Paulo Freire, que dedicó un libro entero a la «Pedagogía de la Esperanza«, y nos mostró que sin ella no hay sueños ni cambio social.

No se trata de falsear la realidad, de ocultar la gravedad del momento, ni de inventarnos una esperanza de cartón piedra, como un disfraz de carnaval, un eslogan publicitario o una falsa esperanza populista. Ni siquiera hace falta.

La esperanza ya está -desde hace mucho tiempo- en la práctica de los movimientos sociales, en los cientos y miles de grupos y colectivos que, en todo el mundo, YA están haciendo las cosas de otra forma.

Sus experiencias -ignoradas por los medios de comunicación, porque no sirven para vender- demuestran obcecadamente que es posible vivir mejor con menos cosas, con relaciones personales más auténticas y satisfactorias, en el respeto y el cuidado a la naturaleza y a la vida, que existen otras formas mejores de vivir en comunidad -basadas en la ayuda mutua- que hacen a las personas más felices.

Si, ya se que todas estas iniciativas que se reparten por el mundo, por muchas que sean, aunque convoquen a millones de personas, son como pequeñas luciérnagas en la oscuridad de la noche que no pueden competir con los potentes focos del sistema (capitalista), que sigue llamándonos a «consumir hasta morir«. Pero ellas son la prueba evidente de que la esperanza no ha muerto.

Junto a la tarea de describir lo que está pasando (huyendo del sensacionalismo y el tremendismo, que no son necesarios: los datos son como son, tozudos) hemos de encontrar urgentemente la forma de contar y compartir -en los términos más concretos y motivadores- el sueño de ese otro mundo donde sea posible responder colectivamente -mediante la colaboración solidaria- a las necesidades y desafíos que ahora nos agobian y nos llenan de ansiedad.

Y nuestro camino, nuestra lucha, tendrá que servir también para hacernos mejores personas, más felices, porque, como decía Emma Goldman, «si no puedo bailar, tu revolución no me interesa«. (Continuará)



Una respuesta a “Dejar el pesimismo para tiempos mejores”

  1. […] militante o flagelándonos como «penitentes» del cambio social. De nuevo recordamos a Emma Goldman y su apuesta por una revolución en la que se […]

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