Siento la incertidumbre y el miedo a mi alrededor, entre las amigas y amigos que hacen trabajos precarios, preparan oposiciones a lo que sea o se buscan la vida en lo que salga. Y también en las familias con niños y niñas o adolescentes que se están «formando» para vivir en un mundo que (sabemos que) nunca va a ser.
Muchas son gentes informadas, con conciencia social y pensamiento crítico, que conocen -al menos en términos generales- las complejas circunstancias que atravesamos (emergencia climática, revolución tecnológica, agotamiento de recursos, aceleración de los cambios sociales, crisis civilizatoria…), lo que les produce desazón y desesperanza. El número de amigos y amigas que reciben ayuda psicológica se ha multiplicado en poco tiempo.
Pero cuando piensan en su futuro, pareciera imposible salir del marco mental del pasado. Hacemos planes y previsiones, para nosotras y nuestras familias, como si la realidad que vivimos hoy fuera a mantenerse inalterada -poco más o menos- durante los próximos 15 o 20 años.
Como si nuestro «estilo de vida» en los países ricos (a costa de esquilmar a los países empobrecidos, incluyendo la esclavitud y el colonialismo) fuera a permanecer igual o con pocos cambios: las mismas instituciones políticas, servicios públicos, economía de mercado, democracia política… con algunas variaciones, recortes y ajustes, prolongándose indefinidamente en el tiempo.
Pero es mentira. Los cambios sociales, económicos, políticos… -asociados al cambio climático, la inacción de los gobiernos y el agotamiento de los recursos naturales- van a acelerarse en los próximos años, incrementándose las desigualdades, las migraciones, las tensiones sociales, las hambrunas, el desorden, la violencia…
Será un futuro de escasez, en el que, una de dos: habrá que disputarse los cada vez más escasos recursos disponibles de acuerdo con la ley del más fuerte, o bien habrá que cooperar para responder, en la medida de lo posible, a las necesidades de todos y todas. No hay más opciones.
Dependiendo de cual sea la opción que elijamos, deberá ser diferente nuestra preparación, al igual que la crianza y la educación de nuestros hijos e hijas. En el primero de los casos, será preferible que nos entrenemos en las artes marciales. En el segundo, necesitaremos desarrollar nuestras habilidades colaborativas para construir comunidades y poner en pie formas nuevas de economía social y solidaria en torno a necesidades básicas de las personas: la alimentación, la vivienda, el abrigo, la educación, la salud… Se trata de la supervivencia (y también de la oportunidad para construir un mundo en el que sea posible vivir mejor con menos).
Y, un dato más: no tenemos el tiempo que desearíamos para poder sembrar y cultivar con mimo las semillas de un futuro viable y para hacer los aprendizajes personales y colectivos que necesitamos. Y, sin embargo, esos aprendizajes son imprescindibles, así que más vale ponernos a ello, que ya vamos tarde.


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