Apuntes para la Participasión

He disfrutado mucho el libro de Rebecca Solnit («Un paraíso en el infierno. Las extraordinarias comunidades que aparecen en el desastre«) en el que cuenta que los «sociólogos del desastre» -que llevan investigando estos acontecimientos desde hace décadas- «han dejado claro que, en las catástrofes, lo que hace falta es una sociedad abierta basada en la confianza donde la gente sea libre para ejercer su capacidad de improvisación, altruismo y solidaridad. Es algo que hace falta, en realidad, todo el tiempo, pero de manera más urgente en contextos de crisis«.

El libro repasa grandes catástrofes, desde comienzos del siglo pasado, derivadas de guerras o desastres naturales y nos muestra que, lejos de ceder al pánico y la desesperación, la mayoría de las personas se conducen de manera altruista y solidaria. Aunque no falten ejemplos de lo contrario, de quienes aprovechan esas situaciones para el pillaje y el abuso, o el llamado «pánico de las élites» que lleva a la represión, la violencia institucional y la vulneración de derechos humanos.

Dice Rebecca: «En general, durante el desastre hay dos poblaciones diferentes: una gran mayoría que tiende hacia el altruismo y la ayuda mutua y una minoría cuya crueldad y egoísmo suelen constituir un nuevo desastre. La mayoría actúa con frecuencia en contra de sus propios prejuicios acerca del egoísmo y la competitividad imperantes, pero la minoría se atiene a su ideología.»

En todos los desastres encontramos ejemplos de la capacidad de improvisación, creatividad, iniciativa, autoorganización, creación de conexiones y redes informales… que se anticipan o sustituyen a la «respuesta oficial«, sortean los obstáculos burocráticos y políticos, ponen en pie las primeras respuestas solidarias, ciudadanas, para el rescate y la atención de las victimas y el cuidado de las personas supervivientes…

Estas organizaciones improvisadas o «comunidades extraordinarias«, generan y articulan, en mitad del desastre, una poderosa corriente de cuidados y afectos, de acción solidaria y colectiva, más fuerte cuanto mayor sea la riqueza de las relaciones y los vínculos existentes en la comunidad, cuanto mayor sea su «músculo social«. Como dice Rebecca, «el desastre, al intensificar las condiciones de la vida diaria, convierte el placer de los afectos y los vínculos cotidianos en una red de seguridad, en un equipamiento de supervivencia para el momento en que todo se viene abajo.»

El libro es un destello de luz en mitad de la niebla, que nos anima a creer en la capacidad de respuesta altruista, solidaria y colaborativa de la mayoría de las personas de nuestras comunidades… cuando llegue el desastre.

Es un consuelo, en medio de tanta desesperanza general, confiar en que -llegado el desastre- saldrá lo mejor de nosotras y nosotros (de la mayoría al menos) y se activará la creatividad y la inteligencia colectiva para dar respuesta a los retos y desafíos que debamos enfrentar.

Aunque, mirado de otra forma, es arriesgado creer a ciegas, agarrarse a la fe sin alimentar la esperanza, sin trabajarnos ese músculo social, sin construir comunidad, sin reforzar el tejido social que vamos a necesitar para alcanzar el futuro.

Otra pregunta interesante es ¿por qué hemos de esperar la catástrofe o el desastre para construir esas «extraordinarias comunidades» emergentes que nos proporcionen apoyo mutuo, solidaridad, afectos, cuidados, vínculos, esperanza, alegría… Por qué no empezamos YA?