El otro día charlaba por internet con un grupo de activistas sociales y una de ellas preguntó cómo mejorar la «eficacia y el impacto» de la acción colectiva, porque decía que la falta de resultados concretos desanima mucho.
Le devolví la pregunta: ¿quizás la respuesta tiene algo que ver con la manera en que nos planteamos los objetivos y construimos las expectativas de nuestra acción? Si los logros que nos proponemos alcanzar exceden a nuestras capacidades, el «éxito» nunca se alcanzará y la frustración será la norma.
A la hora de evaluar el impacto y la eficacia olvidamos que muchos de los procesos socio comunitarios, de los colectivos y movimientos sociales, producen «resultados no buscados» que, sin embargo, son muy importantes (a veces, más importantes que los fines que figuran en sus proyectos y estatutos).
Por ejemplo, las primeras asociaciones de «amas de casa«, en los años 70 y 80 del siglo pasado, consiguieron -junto a una inmensa producción de encajes de bolillos y artesanías varias- un cambio significativo en la autoestima de los miles de mujeres que las formaban, lo que fue clave para el fortalecimiento de la sororidad y la extensión del feminismo.
Una gran parte de los colectivos y movimientos sociales no se han parado nunca a identificar los «resultados no buscados» de su acción colectiva. Pueden que tengan más o menos claros sus objetivos formales, los que aparecen en sus textos, pero no saben muy bien para qué está sirviendo realmente su acción.
Cuando he realizado -muchas veces- con colectivos y movimientos el ejercicio grupal de invitarles a hacer una lista de los resultados no buscados de su acción, incluidos los «beneficios» para las personas que participan en la organización, para ellas y ellos mismos, siempre me he encontrado las caras de sorpresa de quienes miran con nuevos ojos su propia realidad, quienes re-conocen en voz alta las numerosas razones personales y grupales por las que nuestro colectivo y nuestra acción están llenos de sentido. Flipamos, cuando descubrimos para todo lo que valen.
Sin embargo, nuestro imaginario colectivo sobre la eficacia y el éxito -también en la acción social y solidaria- está construido a imagen y semejanza de los valores dominantes de esta sociedad, de este sistema del que formamos parte (que se llama capitalismo).
En esta realidad «triunfan» los colectivos y movimientos que más salen en los periódicos y la tele, que realizan más actividades de «impacto«, que «influyen» más en los medios y las redes sociales, que consiguen más dinero de las instituciones, que cuentan con más personal contratado… todos los cuales son indicadores propios del sistema y del mercado.
Con frecuencia, para desenvolverse en este sistema, se deben adoptar también sus valores, incluida la competencia mutua entre colectivos, o la devoción por la comunicación, el marketing y las redes, o modelos de liderazgo verticales y jerárquicos en organizaciones poco participativas, etc.
¿Cómo hemos de «valorar» la eficacia y el éxito de los colectivos en su acción? ¿Por la cantidad de actividades realizadas o por su calidad y calidez? ¿Por sus «resultados» o por sus procesos? ¿Por la inversión de dinero público o por el aprovechamiento de los recursos de la comunidad? ¿Por ir deprisa o por dar su tiempo a las cosas? ¿Por quedarse en la superficie o llegar al fondo?
¿Cómo entendemos el «éxito» en nuestro colectivo?
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