Tras observar cientos de asociaciones, colectivos y procesos comunitarios, me vuelvo a preguntar otra vez cuál es la «pieza clave» de cualquier proyecto colectivo que pretenda mejorar la realidad (de la forma que sea). Y la respuesta siempre es la misma: «las personas«.
Basta con detenerse a observar uno cualquiera de esos proyectos «que funcionan» (lo explico al final, pero sabes lo que digo) para comprobar que siempre es así, que, a poco que busquemos, podremos encontrar a una o unas pocas personas sin las cuales nada de aquello ocurriría.
De esas pocas personas, y de las otras que éstas sean capaces de motivar e implicar en el proyecto, de las relaciones que establezcan entre ellas, dependerá el «éxito» de la acción colectiva. Hasta tal punto es esto cierto, que todas conoceremos «malos» proyectos que mejoraron gracias a un buen equipo de personas, y «buenos» proyectos que resultaron fallidos porque no encontraron las personas adecuadas para impulsarlos. Las personas marcan la diferencia.
Saul Alinsky decía, cuando trabajaba en los guetos negros que luchaban por los derechos civiles en los EEUU: «primero la organización, luego el programa«. Siempre he pensado que esta «máxima» es un foco que dirige nuestra atención hacia las personas que han de protagonizar los cambios, los procesos, antes de ponernos a hablar de los objetivos. Esos objetivos (el «programa«) han de ser sentidos como propios por esas personas, que han de sentirse capaces de conseguirlos, porque, si no es así, si los sienten como ajenos o imposibles de alcanzar, no querrán hacer el esfuerzo de pelearlos.
Es fácil apreciar lo importante que son las personas para cualquier proyecto colectivo, pero es mucho más difícil llevarlo a la práctica, porque las personas hemos hecho nuestros los valores individualistas y competitivos del sistema (capitalista) y carecemos de capacidades y habilidades sociales para la cooperación y el trabajo en equipo. Los conflictos interpersonales y grupales, mal resueltos, son la primera causa de mortandad de las asociaciones, colectivos y movimientos sociales. Muchos proyectos comunitarios se perdieron en las disputas entre sus protagonistas.
Así que las personas y sus relaciones, que son el principal activo de los colectivos, la clave fundamental para conseguir sus objetivos, se convierten al mismo tiempo en su principal debilidad. Necesitamos la implicación de la gente, pero no sabemos como conseguirla y gestionarla adecuadamente. Mucho menos en una sociedad y un tiempo en que la diversidad se multiplica, la participación social está en crisis y predomina la incertidumbre y el individualismo.
Además, los colectivos y organizaciones vivimos a menudo estresados, «secuestrados» por el «programa«, por la gravedad, la urgencia y la importancia de las causas que peleamos (la igualdad, el clima, la xenofobia, el racismo, la educación, la salud…). Y contamos con pocas personas activistas, realmente implicadas, somos pocas («islas«)… En consecuencia, «no tenemos tiempo» para «pararnos» a pensar en las mejores formas de movilizar y activar la participación de otras personas (que sin embargo necesitamos para dejar de estar estresados y poder alcanzar nuestros objetivos: una pescadilla que se muerde la cola.).
Y, cuando haciendo un esfuerzo grande, encontramos un poco de tiempo para esas «tareas no productivas«, para pensar juntas y analizar nuestra realidad, descubrimos muchas veces que, para que nuestro colectivo mejore su potencial de implicar a más personas, se requieren cambios y aprendizajes, no solo en las formas organizativas, sino sobre todo en las actitudes y aptitudes -personales y colectivas- de quienes formamos el colectivo. Y eso, la necesidad de cambiar, que es imprescindible, nos produce mucha frustración. Porque, como bien sabemos, «no tenemos tiempo«.
¿Cómo resolver la paradoja? ¿Cómo poner a las personas concretas en el centro del proyecto colectivo, al mismo tiempo que avanzamos en la dirección de los objetivos que perseguimos? ¿Cómo hacer los necesarios aprendizajes -personales y colectivos-, para mejorar nuestro potencial de cooperar y trabajar juntas, de implicar a otras personas , sin dejar de impulsar nuestro proyecto colectivo?
La cuestión es tan importante que habrá que volver sobre ella una y otra vez.
NOTA:
Lo de «proyectos que funcionan«, es un concepto subjetivo y flexible, que se refiere a proyectos que, al menos: a) sirven para responder en mayor o menor medida a los objetivos de quienes participan en ellos, y b) son en mayor o menor medida procesos «satisfactorios» para las personas que participan en ellos, «se sienten bien» participando en ellos.
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